Érase una vez un planeta llamado Tierra, donde el desequilibrio social era tan vigente que me cuestionaba si ciertos seres se comportaban como personas o como verdaderos animales irracionales.
Pese a esto, un día decidí ponerme el chaleco solidario, aquel que me trasladó al lugar del otro por momentos y que sobre todo me incitó a preguntarme el por qué de la realidad. Agarré la mano a mis compañeras de lucha y comenzamos a caminar por unas calles un tanto diferentes pero a la vez peculiares, donde el infortunio y la necesidad eran las señas de identidad de las mismas, donde se respiraba aire contaminado de escasez, donde las familias se asomaban a las puertas de sus casas inundadas de carencia, nada de lujos ni grandiosidades, todo desamparo y humildad.
Sin embargo, nos encontramos con un corrinche de niños y nñas que se acercaron a nosotras con una sonrisa de oreja a oreja, que sólo querían juguetear y hacernos reír. De esta forma, pudimos comprobar cómo la felicidad no es tener lo mejor en cuanto a lo material si no apreciar y conservar lo personal, tenerlo como un tesoro y sacarle brillo en cada momento de flaqueza.
Por tanto, animo a cada unx de los que lea este párrafo a que conozcan realidades distintas a las que forman parte de nuestro día a día, pero siempre llevando el chaleco solidario encima. Así conseguirán acercarse y transmitir al resto situaciones que a día de hoy están vigentes pero que habitualmente son las grandes olvidadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario